martes, 6 de abril de 2010

Un deporte de hoy y de siempre...


Me viene a la mente, una entrada que dediqué a Rosa Aguilar, ex de I.U., y es que todo esto viene hoy a colación ya que, a Rosa y a Diego López Garrido, los recuerdan y recordamos tan batalladores en el seno de I.U., que cuentan las malas lenguas, que el Califa rojo los denomina: Traidores.

Se han ido rehubicando, y no solo ideologicamente hablando. Incluso algún dirigente de CC.OO., aunque esta es otra historia, también. Como aquellos, en referencia a Felipe González, que dijeron estos, en referecia a los socialistas, nos han manchado de mierda nuestros sue...

En fin. Esto es lo decía el catante Sabina, y luego de revolotear en "otra" izquierda, vuelve con los mismos. Y de esto, y de estos, hablamos, de quienes han ido revoloteando de flor en flor, hasta encontrar el árbol que mejor cobija, perdón, me refiero, quería decir, han ido transformando su posicionamiento hasta encontrar su sitio, que alguno habrá, digo yo.

Asi que me llegó la referencia de un libro, igual que ocurrió con La Casta, en este caso sobre la asombrosa capacidad de algunos políticos, de ir de un lado al otro, incluso desde la extrema derecha a la extrema izquierda, y viceversa. Cuanto menos curioso, no negaré a nadie cambiar de opinión o de parecer. Lo que si aconsejo es leer este libro, al menos a uno le sorprende, encontrar casos como el de José Bono.

Que cuenta el autor del libro, que siendo periodista en Mallorca, le llegó la noticia de que estaban reunidos allí, la Guardia Mora. No aquella que rodeaba a Franco. Sino una, otra muy distinta, y así se autodenominaban, que se erigía en guardian de los valores del Franquismo, etc. Y allí reunidos, todos, reazlizaban unos cursos, a los que un tal Bono asistiía.

El autor del libro cuenta que le chocó, y preguntó, será el padre, el falangista. No que va, es el hijo le confirmaron. El mismo que con Tierno Galván no consiguió mandar en nada, y no tardó en irse con otros, ya sabemos quienes, y el resto es historia.

Como bonita es la historia, de quienes le acusan de tener una sociedad con sus hijos, no haberla declarado en el Congreso, se le ha olvidado no se que de hacienda también, y que ha regalado a su hijo un piso de un millón de Euros, y no se cuantas cosas mas. La verdad, yo no se si es cierto o no, ya se defenderá el amigo Bono, que las acusaciones, son muy claras. Como se llamaba aquel partido donde militaba junto a Tierno Galván, jajajaja, en fin, socialista era, creo.

Lo dicho, una delicia de libro, y el autor promete un segundo volumen, con los conversos, que se va que haberlos, haílos, de la derecha a la izquierda. Y es que la verdad, cuando uno ve a algunos dirigentes de izquierdas, conoce su pasado, incluso reciente, se identifica con las palabras de Sabina, nos han manchado de mierda nuestros sue... y el libro está lleno de muchos de estos.

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SINOPSIS:

El popular cambio de chaqueta que se denomina hoy transfuguismo es el ejercicio que algunos políticos practican al huir de sus partidos, alentados por otros intereses ideológicos y, sobre todo, económicos, en beneficio propio, como excusa para pasarse al partido adversario. Un deporte de hoy y de siempre.

Muchos de ellos lo ocultan en sus biografías porque raro es el ciudadano que relaciona el cambio de chaqueta de personajes y cargos públicos con la evolución de sus ideas, un ejercicio que, bien hecho, no dejaría de ser un acto legítimo de libertad.
No son pocos los personajes españoles, muchos de ellos de amplia relevancia enraizados en la derecha recalcitrante, que se definieron como viejos servidores de la dictadura franquista y hoy aparecen como abanderados de la izquierda más avanzada.

Muchos cambiaron el azul mahón de la Falange por el rojo del puño y la rosa, y la hoz y el martillo socialistas; el Cara al sol por la Internacional; José Antonio Primo de Rivera por Lenin… Alguno de ellos pasó de ser confesor de Franco y de tomar el te con él en El Pardo, a levantar el puño con La Pasionaria. Otros, de currinches comunistas a empresarios multimillonarios; de impartir doctrina en las revistas falangistas a hacerlo en los periódicos de ETA; de la conservadora dirección de Arriba a la de El Socialista...

El mismo camino siguieron prestigiosos escritores, periodistas, pensadores, artistas, empresarios y profesionales de todo pelaje, algunos de ellos autores de loas al franquismo que ruborizarían al mismísimo dictador, o personajes que «evolucionaron» hasta convertirse en referentes de la izquierda más progresista actual. Aquí se ofrecen las claves de sus cambios de chaqueta.


CAMALEONES, DESMEMORIADOS Y CONVERSOS

Sebastián Moreno


ISBN: 9788497349192 Ed.: La Esfera de los LIbros


Prólogo

Cuentan que Winston Churchill cruzó la Cámara de los Comunes de un lado a otro, para pasarse del Partido Conservador, al que pertenecía, al Partido Liberal, que era su adversario. Fue en 1904, mientras hacía uso de la palabra, insatisfecho con los planteamientos económicos ultraconservadores de su grupo. El hombre cogió y se sentó en la bancada de los liberales, ante el regocijo de éstos.Años más tarde, invirtió el recorrido y se pasó del Partido Liberal al Conservador. Nadie, ni políticos ni historiadores, le reprocharon su gesto.

Lo justificó con humor: «Cualquiera puede cambiar de partido, pero se necesita cierta imaginación para cambiar dos veces». Se necesita también ser Churchill.
Una escena similar en el Parlamento español sería inimaginable, protagonizada, por ejemplo, por José Luis Rodríguez Zapatero, no sólo por la relevancia de Churchill, orador, estadista, historiador y escritor —se le concedió en 1953 el Premio Nobel de Literatura—, frente a la del líder socialista, cuya actuación política parlamentaria más larga fue la de culiparlante, término robado a Víctor Márquez Reviriego, que utiliza en sus magníficos Apuntes parlamentarios, editados por el Congreso. Es decir, la figura de diputado sentado, callado y apretando dócilmente el botón cuando el partido lo mande. ¿Alguien se imagina a Zapatero pasándose del PSOE al PP y viceversa?

En España, un país muy cainita en asuntos políticos, no es fácil practicar el «donde dije digo, digo Diego». Hay que ser muy virtuoso de la contradicción para salir indemne del trance. Un gesto como el del político inglés aquí se habría tachado, como mínimo, de chaquetero, de oportunista, de tránsfuga, de sinvergüenza, negándosele el derecho legítimo a rectificar o a evolucionar en política, pese a que la Constitución en su artículo 16 garantiza, entre otras, la libertad ideológica.

Pero, en cualquier caso, cambiar de opinión, incluso de ideas, no debería ser tan criticable en aras de la evolución personal y del derecho a equivocarse de cada uno. ¿Qué diríamos, en este caso, de los fervores franquistas de muchas destacadas personalidades de la literatura y el pensamiento españoles como los de Pedro Laín Entralgo, José Luis López-Aranguren, Gonzalo Torrente Ballester, Dionisio Ridruejo,Antonio Tovar y Vicente Aleixandre, entre otros muchos, venerados por la izquierda española actual?

En el otro extremo hay casos similares. Muchos intelectuales han escrito desde posiciones radicales de izquierdas, desde el marxismo estricto, y hoy lo hacen con ideas liberal-conservadoras, que son las prevalentes. Pero les da vergüenza reconocer su metamorfosis.
¿Por qué ha de estar mal vista su transición personal, su evolución política en su mente y en sus actitudes públicas? ¿No es la democracia el mejor horizonte de los que caminan en la cosa pública, vengan de donde vengan?

Alguien dijo que los hombres sabios aprenden con los errores que otros cometen; los tontos, con los propios.
¿Por qué avergonzarse de algo tan natural como es la revisión de las ideas, ese proceso moral de transición de la conciencia? Al fin y al cabo el origen histórico de los chaqueteros no es ningún desdoro, sino el reflejo de una estrategia arriesgada de supervivencia, dentro de un mundo religioso en renovación como fue el de Martín Lutero. Con motivo de la Reforma que promovía este teólogo alemán que desafiaba la autoridad del Papa, una de las técnicas empleadas en las guerras de religión suscitadas por esa desobediencia a Roma fue que cada bando enfrentado (luteranos y papistas), para distinguirse de sus adversarios, vistiera casaca de color bien diferenciado.

Esto era muy práctico para la lucha directa. Pero encerraba una trampa: el forro de la casaca llevaba el color de la del enemigo, y los más arriesgados lo utilizaban para desorientar al adversario y hacerse pasar por uno de ellos. Pero algunos pillos le daban la vuelta a la casaca para pasarse al bando que combatían.
La técnica la adoptaría, años después, el veleidoso noble italiano Carlos Manuel I, duque de Saboya, quien, con muy pocos escrúpulos, lo mismo se aliaba con España que con Francia. Para dar a conocer sus preferencias por uno u otro país vestía un jubón de color rojo por un lado y blanco por el otro, según le conviniera en cada ocasión.

A estas alturas, en la efervescencia de la llamada Memoria Histórica de Rodríguez Zapatero (su mítico abuelo, por cierto, cambió de chaqueta, jugó a dos bandos), lo más criticable y molesto es el origen franquista de algunos, lo que no deja de ser una injusticia. ¿No fue un campeón de la democracia Adolfo Suárez, colgando su sempiterna camisa azul mahón en aras de la reconciliación española, como muchos de los que trabajaron con él? Por esa regla serían criticables hasta los pedigríes franquistas de muchos demócratas de hoy, cuyos familiares, y ellos mismos, progresaron bajo la égida del régimen franquista. El chaqueterismo se ha devaluado por determinadas piruetas políticas, por espectáculos descarados de deslealtades políticas, espectáculos a los que se ha podido asistir en España.

Escenas de descarado transfuguismo, impulsadas no sólo por las ideas, sino, en la mayoría de las ocasiones, por intereses económicos de provecho personal, para arrimarse al sol que más calienta. Otros personajes practican o han practicado en su vida una especie de yenka política permanente: izquierda, derecha, delante, detrás… Simple estrategia para seguir avanzando. Donde antes les envolvía el azul, ahora, el rojo, antes eran conservadores, ahora, progresistas.Y en ese plan. Chaqueta de quita y pon.
«La hipoteca y el colegio de los niños bien valen un cambio de chaqueta», decía un chaquetero.

Bien podría enmarcarse esta sentencia en un viejo libro de Francisco Umbral, Diccionario para pobres, donde el maestro criticaba «salvajemente» los cambios de chaqueta de los políticos españoles y la falsedad del éxito social con un único fin: la pasta y el poder.
Pero la exageración umbraliana, metáfora social de los comienzos de la transición, no se sustenta desde el principio de libertad de conciencia de todo individuo.

Muchos cambios pueden parecer un espectáculo esperpéntico. Pero, como se ha dicho, el derecho a cambiar de opinión o de situación ante cualquier dilema político o social es algo inherente a la condición humana, incumbe a su libertad. Lo mismo que el derecho a equivocarse, el derecho al arrepentimiento.
Aquí se ofrecen algunos ejemplos de todas las modalidades de esta táctica luterana, a través de sus obras y de sus palabras públicas. Son figuras de la izquierda, generalmente. Pero en otro tiempo no lo fueron. El riesgo de que su evolución o cambio sea creíble o no es que tiene que ser público.

No están todos los que son, pero sí son todos los que están.
Sirvan todos estos casos de evolución como un ejercicio crítico en la normalidad democrática. El rechazo popular a estas actitudes proviene, muchas veces, de la falta de educación democrática. Cambiar de chaqueta siempre ha sido un sinónimo de supervivencia política y social.

El problema es saber hacerlo. Quien lo práctica de forma burda perjudica a la credibilidad no sólo del protagonista, sino de la política en general.
Mudar de chaqueta, bajarse del tren en marcha sin romperse la crisma o cambiar dos veces de partido, como Churchill, bien mirado, puede ser un arte.

Pero aquí no sobran los artistas, precisamente.


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Napoleón Bonaparte (apodado en su tiempo por: "El petit Cabró“)

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